El principal problema que tienen que
enfrentar las personas afectadas por trastornos mentales es el estigma social.
El temor al rechazo social hace que la persona se niegue a reconocer su
padecimiento y a buscar tratamiento. Así mismo, restringe su interacción
familiar y social y su participación académica y laboral. La discriminación es
el alto precio que deben pagar quienes sufren una enfermedad mental. Este hecho
complica el padecimiento y lesiona el disfrute y la calidad de vida del
paciente.
A pesar de que se cuenta con avances en la
comprensión biopsicosocial de las afecciones mentales, en términos generales le
cuesta trabajo a la población entender y aceptar que el padecimiento de un
trastorno mental es la expresión de una alteración a nivel cerebral. Por
supuesto, no basta con la simple genética; por ello se emplea el término biopsicosocial.
En realidad, podemos generalizar diciendo que las enfermedades mentales son la
expresión final de una interacción entre una predisposición genéticamente
determinada y la exposición a circunstancias medioambientales que actúen como
detonantes del trastorno.
Tal vez parte de la dificultad para aceptar
que las alteraciones de las emociones y del comportamiento tienen su asiento en
el cerebro se debe a que, a diferencia de lo que ocurre con otros órganos, las
manifestaciones de aquél son abstractas o complejas. Es más fácil entender que
los músculos y los huesos sirven para moverse, que comprender que funciones
impalpables como los sentimientos, las reacciones emocionales, la memoria, el
pensamiento y el temperamento tengan su respaldo en la anatomía, la fisiología
y la bioquímica. Dicho en otras palabras, aunque aparentemente sea algo
evidente, probablemente no sea fácil entender que las funciones mentales tienen
su asiento en un órgano. Reflexionemos un poco: si es difícil aceptar que las
ideas, emociones y comportamientos “normales” son el resultado de la biología
del cerebro, es mucho más difícil comprender que los comportamientos
“anormales” son la expresión de procesos fisiopatológicos del mismo órgano.
En este punto debo hacer un paréntesis y
anotar que no me gusta emplear los términos “normal” y “anormal” para referirme
a las variaciones en la expresión de las funciones mentales. Prefiero hablar en
términos de funcionalidad. Como bien lo anotó Freud, la normalidad es una
ficción ideal. Además, son términos que aumentan la discriminación. Me gustaría
que levantara la mano quien crea que es completamente “normal”, y que me
explique qué se siente.
Volviendo al tema que nos ocupa, la
discriminación hacia las personas que sufren trastornos mentales está tan
generalizada que incluso se manifiesta entre los profesionales de la salud. No
me refiero al trato deshumanizado que en no pocas ocasiones se da a los
pacientes en clínicas, hospitales y fuera de ellos, sino a la manera en que son
percibidos debido a su condición. Con frecuencia se emplea el término
“psiquiátrico” para referirse a quien padece desde un trastorno de ansiedad
hasta una esquizofrenia. Todo el mundo en el mismo saco. Como se ve, es un
trato denigrante y peyorativo.
Una expresión que se usa con frecuencia
para referirse a quienes reciben tratamiento farmacológico para un trastorno
mental consiste en decir que “está medicado”. Esta expresión dista mucho de la
comprensión, la empatía, la solidaridad y el respeto. En realidad, se emplea
con la intención de decir que la confiabilidad e idoneidad del sujeto son
dudosas por el hecho de encontrarse bajo tratamiento psiquiátrico. Mi pregunta
es muy simple: ¿Qué hay de malo en recibir tratamiento para un padecimiento?
¿Acaso no es peor dejar que los trastornos avancen y nos perturben y trastoquen
la existencia?
En vez de decir de manera irresponsable e
irrespetuosa que alguien es “psiquiátrico” y “está medicado”, debemos recordar,
de manera respetuosa y considerada, que se trata de una persona aquejada por un
trastorno mental (lo que le puede pasar a cualquiera) y que, tal como debe ser,
está siguiendo el tratamiento prescrito a conciencia por su psiquiatra.
A propósito de lo mencionado en los dos
párrafos anteriores, debemos recordar que, gracias al descrédito que se les ha
dado en los medios, los medicamentos de uso en psiquiatría tienen pésima
reputación entre el público general. La mayoría de la gente cree (sin bases,
por supuesto) que, sin excepción, estos fármacos mantienen al paciente en
estado de sedación y le causan dependencia. Nada más alejado de la realidad que
estas falacias. Gracias a la mala publicidad, los pacientes se rehúsan a acatar
las prescripciones, a la vez que familiares y allegados torpedean el proceso
terapéutico pasando por encima de lo convenido en la consulta.
La psiquiatría es, de todas las ramas de la
medicina, la más utilizada para ofender a las personas. De manera atrevida, los
nombres de los trastornos psiquiátricos son utilizados para devaluar, humillar,
irrespetar y, especialmente, descalificar a quien por cualquier motivo no goza
de nuestros afectos o exhibe un comportamiento que no se ciñe a nuestros
parámetros de comportamiento. Términos como “esquizofrénico”, “psicótico”,
“demente”, “ansioso”, “depresivo”, “bipolar”, son empleados con los fines mencionados
sin que se sepa verdaderamente en qué consisten. Lo peor es que incluso los
médicos caen en este vergonzoso hábito.
Las devastadoras consecuencias de estos
perniciosos hábitos son las mencionadas al principio de este texto: las
personas no aceptan su diagnóstico, no buscan atención, rehúsan el tratamiento
y se avergüenzan ante una sociedad que debería avergonzarse de su ignorancia y
de su insensibilidad.
A pesar de todo lo anterior, aún hay
esperanzas en que las cosas cambien. Por ejemplo, la Gran Logia Unida de
Inglaterra ha destinado más de medio millón de libras a apoyar a distintas
instituciones que afrontan el efecto devastador de la pandemia sobre la salud
mental. Uno de los principales proyectos en los que se ha volcado es Young
Minds, a través del que esperan poder apoyar a cerca de 1,4 millones de
jóvenes. Esta iniciativa se centra en apoyar instituciones que tengan objetivos
en los ámbitos de los problemas de salud mental, la convivencia con el
trastorno bipolar y la prevención del suicidio juvenil.
Inversiones como la mencionada no sólo
buscan mejorar las condiciones de salud mental de la población, sino restaurar
la dignidad de los afectados por enfermedades mentales, creando conciencia
social sobre la magnitud del problema y educando sobre su naturaleza.
Esperemos que en nuestro país podamos ver
mayor inversión estatal y privada en la salud mental, la eterna cenicienta del
funesto cuento de hadas de nuestro sistema de salud.
Alex González
Grau, M. D.
Psiquiatra, Universidad de Cartagena.
Este artículo fue publicado en
https://www.eluniversal.com.co/salud/el-estigma-sobre-las-enfermedades-mentales-AA5435299